17.7.09

La Indefensión Aprendida

El experimento es sencillo, dos jaulas, sendos perros y corrientes eléctricas. Cosas de psicólogos.
Pones un perro en cada jaula. Uno de los perros, llamémosle A, cada vez que recibe una corriente eléctrica dispone de una palanca que puede mover con el hocico. Cuando así lo hace, la descarga para. El otro perro, llamémosle Jodido, está en las mismas condiciones salvo que su palanca no para las corrientes eléctricas. Éstas se activan y se paran cuando así ocurre en la jaula del otro perro, el perro A, con lo que ambos recibirán el mismo estímulo doloroso, solo que Jodido no puede hacer nada por evitarlo, mientras que A puede estar rápido con el hocico y parar la descarga.
Al cabo de un tiempo de sometimiento a la tortura, A muestra un comportamiento y ánimo normal mientras Jodido permanece quieto, lastimoso y acojonado, recibiendo pasivamente incluso cuando hacen que su palanca pase a poder parar las descargas.
Este experimento es sustento de la Teoría de la Indefensión Aprendida, o Adquirida. El sujeto sometido a indefensión acaba asumiendo pasivamente que no tiene ningún control sobre la situación que le afecta y que cualquier cosa que pudiera hacer no cambiará nada.
El sistema crea una ilusión de indefensión espectacular sobre todo el mundo, así que el comportamiento de Jodido no es muy diferente de el del televidente normal, el mecanismo que induce a ese miedo pasivo es tan obvio que un experimento no lo demuestra, sólo lo ilustra.
Imagino a Jodido en su jaula intentando primero raspar el suelo, luego moder un barrote, luego morder la palanca, sufriendo corriente tras corriente a merced del capricho de un psicologo prepotente y un estúpido perro A cuya palanca sí que sirve.
Jodido debería escapar, correr por el campo, rebuscar la basura, marcar en las ruedas y en las macetas, ladrar a su capricho... y si no puede escapar debería mostrarse asustado, con el rabo entre las piernas, confirmando la teoría de su carcelero, esperando un descuido para hundir sus fauces en su blandito cuello de empollón.

14.7.09

Carta a Pola (II)

Querido Pola, te mando estas impresiones porque creo que eres el más indicado para contestarme. Lo siento, pero parece que te has convertido en algo así como mi guía espiritual. Necesito que le leas esta carta a las olas del mar, y a ver que te contestan.

Conforme tomo perspectiva, la memoria pierde su importancia hasta agotarse en un paisaje muy distinto de la imagen de mi ser y comparado con ella, ese paisaje es más real, más propio, más yo que yo misma. Para intentar explicarme he de recurrir a una leyenda presuntamente muy antigua y a un recuerdo de mi niñez.

Este es el recuerdo de mi niñez:
Cuando era niña mi madre insistía en que practicara hora y media al día el juego del ajedrez. Me ponía ante un computador y ella leía mientras yo jugaba. Cada mes hacía sus tablas de resultados, y exigía avances. Un día leí que un programa de ajedrez no era más que un enorme manual de instrucciones con millones de partidas memorizadas y heurísticos que decidían la jugada más óptima dada la posición de las piezas. Cuando me puse frente a la pantalla me pareció un timo. Yo estaba jugando, pero ella no. Hacía como que jugaba pero en realidad me leía un movimiento que alguien hizo alguna vez en unas condiciones parecidas y resultó óptimo. Le expliqué lo sucedido a mi madre, y ella me buscó un apuesto universitario dispuesto a jugar al ajedrez.
No tardé en contarle mis impresiones acerca de la inteligencia de las máquinas, a lo que él me contó que un jugador de ajedrez, para ser de verdad bueno, ha de memorizar miles y miles de jugadas estandarizadas y que, sobre todo al principio de las partidas, los jugadores no se comportaban de modo muy diferente al de las máquinas. No volví a jugar. Poco después encontré el Go, un juego con tantas variables que la informática no consigue retar a un gran maestro, porque resulta inasequible para la memoria.

Esta es la presunta leyenda china:
Un libro sobre el caos “Espejo y Reflejo” comienza así (tomo lo que me interesa):
"Una antigua leyenda china nos brinda una metáfora de los enigmas del orden y el caos.
Según esta leyenda, hubo una época en que el mundo de los espejos y el mundo de los humanos no estaban separados como lo estarían después. En esos tiempos los seres especulares y los seres humanos tenían grandes diferencias de color y de forma, pero convivían en armonía y además era posible ir y venir a través de los espejos. Sin embargo, una noche las gentes especulares invadieron la tierra sin advertencia y se produjo el caos. Mejor dicho, los seres humanos pronto advirtieron que las gentes del espejo eran el caos. Los invasores eran muy poderosos y sólo se los pudo derrotar y regresar a los espejos gracias a las artes mágicas del Emperador Amarillo. Para mantenerlos allí, el emperador urdió un hechizo que obligó a esos seres caóticos a copiar mecánicamente los actos y la apariencia de los hombres.
La leyenda aclara que el hechizo del emperador era fuerte pero no eterno, y predice que un día el hechizo se debilitará y las formas turbulentas de los espejos empezarán a agitarse. Al principio la diferencia entre las formas especulares y las formas conocidas pasará inadvertida, pero poco a poco se separarán pequeños gestos, se transfigurarán colores y formas y de pronto ese mundo encarcelado del caos se volcará violentamente en el nuestro."

La verdad es que el Emperador Amarillo sabía lo que hacía. Ató a los seres a una imagen. No hemos hecho más que imitar al maestro, añadiendo otras imágenes análogas a la nuestra hasta convertir el alma en mente y la vida en recuerdo.
Esos simulacros de burgueses que llaman a vivir “realizarse” y procuran su vida como si fuera un álbum de fotografías, son una parodia de la forma de vida común, en la que alimentamos monstruos con nuestro ego. Pero el tiempo pasa y la imagen en el espejo, por suerte, se vuelve amenazante. En Orfeo, Cocteau escribe, dictado por Heurtebise, “un ángel de vidrio”: “Los espejos son los puentes a través de los cuales la muerte va y viene. No se lo diga a nadie. Por lo demás, mírese a lo largo de su vida en un espejo y verá a la Muerte trabajar como abejas en una colmena de vidrio
Así, la imagen del espejo nos devuelve la cara de la muerte. Pero es en realidad ella lo único que muere.
Ese mismo libro de Caos empieza con un verso de Chuang Tzu:
"El Emperador Amarillo dijo: “Cuando mi espíritu atraviese esa puerta y mis huesos regresen a la raíz de la cual nacieron, ¿qué quedará de mí?

Creo que intuyo la respuesta: “Todo menos mi puto ego”


Nos vemos pronto, pero no en París.