28.4.10

Aníbal

Hace veinte días que no sabemos de Aníbal. Partió con Charo, Gabriel y Ariel y desaparecieron literalmente del mapa. Una semana antes de desaparecer le pedí que se casara conmigo y aceptó.

Aníbal… hasta él acaba pareciendo normal, así es la realidad, todo le cabe.

Tiene nombre de perro grande de extrarradio, ni siquiera se si se lo puso su madre, él mismo o sus primos de Honduras. Su cabeza se parece a la de de un Moái con la nariz rota, o serrada, no se, rara. Su mirada es agresiva y muy macha, hace poco mató a un secuestrador de un ataque al corazón con sólo mirarle, no era su intención asustarlo tanto, pero a Aníbal la gente se le rompe. Después envió el dinero del rescate a la familia del fallecido, genial. Mide dos metros veinte de alto y debe pesar doscientos quilos de músculo. Viste mortajas porque es la única ropa con la que puede cruzar al mundo de los espíritus. Nadie ha tenido valor de preguntarle de donde saca muertos de su tamaño.

Su disfraz de adulto es patético. Le encanta ir en plan Richard Branson y aprovecha la mínima ocasión para bajarse de un helicóptero con un cable o saltar con paracaídas desde un avión militar. Tiene un jet privado –que a veces utilizo para mis viajes y los de mi equipo de fútbol- y no deja pasar la oportunidad de dar órdenes sin reparar en gastos desde sus móviles de última generación con auriculares y micrófono de solapa, que no le pegan ni con cola. En realidad le importan poco o nada las cosas, lo se porque he esquilmado su tarjeta de crédito desde que le conocimos. Una forma de cuidar a la gente que le cae bien es tenerla en nómina; intenta subordinar a todo el que encuentra y dar órdenes fáciles de cumplir, pero nadie le hace caso, y él no insiste, ni se impone. Le gusta ser pesimista y va de tontito pero es muy inteligente. Junto a Pola y Julius, es el único que piensa de verdad en lo que está ocurriendo. A buenas se le convence con facilidad porque confía más en sus amigos íntimos que en él, especialmente en Charo, que es algo así como su madrastra y con la que mantiene una relación perro callejero-vagabunda la mar de arquetípica.

Tiene una mente utilitarista, algo absurdo para un chamán como él. Por ejemplo, ha llegado a afirmar que es suficiente con perdonarse a sí mismo para resultar absuelto de un pecado, que es lo mismo como decir que el infierno es un nicho psíquico en el que los que se sienten culpables hacen cursos de autoestima. En realidad ocurre que cuando encuentra algo que le da de verdad miedo su primera reacción es intentar negarlo y le da infinita rabia fallarnos, por lo que es capaz de ocultar su vergüenza haciéndola pasar por orgullo. Parece mentira que alguien así, que se transforma en un espíritu monstruoso que tira fuego por la boca y por los ojos sea tan mariquita.

Cuando se aburre se vuelve juguetón, y puede portarse como un mimado chantajista. Un día se transformó en lobo –insiste hasta el aburrimiento en intentar parecer un perro, pero apenas parece un lobo- para olisquear a una amiga que había llevado a casa. Se asustó tanto la pobre que tuve que hipnotizarla para evitar un trauma, aunque le ha quedado un justificado terror a los perros. A menudo hay que cortarle un poco el rollo –apelando a su responsabilidad en protegernos- para que no salga corriendo a hacer cualquier cosa que se le ocurre–vigilar, hostigar, lo que sea. Esa aptitud de animal depredador entreteniéndose ha causado más de una desgracia. Cosas terribles que Eugene ha sabido aprovechar. El miedo de Aníbal, más que acabar en manos de Eugene, es acabar haciéndonos daño. El verdadero peligro es que Aníbal, en su afán de ser normal parece un humano con poderes. Pero, lo quiera o no, es también un daimón, un monstruo. Y mientras que no acepte eso no podrá conocerse de verdad, y cambiar lo que no le guste.

Pero Aníbal, además de un crío y un monstruo es también un hombre delicado que ama la belleza y trata con mimo exquisito las cosas pequeñas. Es talentoso y voluntarioso. Fue fácil que me ayudara en el taller, allí era siempre tranquilo, siempre centrado. En la artesanía Aníbal se encuentra de verdad con su espíritu. Todas las mañanas dedicamos varias horas al oficio de la ebanistería, y luego él sigue en la fragua de herrero. Allí todo es un perfecto ritual.

Solo era cuestión de tiempo; en el último mes ha empezado a ligar espíritus a sus obras, se encierra sólo y les pide sus favores, les embelesa con formas y materias adecuados o los obliga. Y él se vincula, como un espíritu más. No lo sabe –no es para nada un hombre de teoría- pero el camino que ha encontrado es el de la alquimia.

Fue en el taller donde le conocí de verdad y me enamoré de él en serio. Creo que todo va a salir bien. Pero tenemos mucho trabajo que hacer. Mucho.