18.2.09

Analogías sentimentales

Como una flor que se abre, así es mi mente.
No como un papel arrugado ni como un vidrio de cerveza de esos que el mar ha convertido en piedras preciosas a base de roce.
Mi sexo es también –es una obviedad pero he de decirlo- como una flor que se abre, huele a miel fermentada y a cadáveres de insectos.
Mi sexo no es pequeño y delicado como las bocas de nuestras abuelas y tampoco es como esos perros que muerden sin avisar a los niños en los sueños.
Soy consciente de la inteligencia diferida de cada una de mis partes. Mis manos, por ejemplo, son tranquilas y amables. Las cosas sucumben ante su muda elocuencia.

Como una flor que se abre, así es la mente de Pola.
Aunque pueda parecerlo, no es como un barco ni como una danza. Su mente es como una bandada de pájaros o más bien como un rayo dentro del mar, como un remolino o un rizo de Anette. En cambio su sexo es profundo y oscuro, su polla es como el vino caliente.
Sus manos son cariñosas y llenas de detalles. Su tacto llega hasta niveles microscópicos y las cosas le cuentan sus sueños.

La mente de Xavier es como esos veinte minutos de madrugada en el que el cielo empieza a azular y el viento para. A veces lanzo piedrecitas por su coronilla y juego a intentar adivinar la profundidad de su silencio. Pero esas piedras adquieren velocidad hasta transformarse en cometas que luego surcan la noche. A veces sospecho que todas las estrellas son piedrecitas que han lanzado al silencio de sus pensamientos.
Será hijo de hada y de ángel, de pastor y cabra. Del sueño erótico de la luna.

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