25.11.13

Aniversario

Aniversario: hoy hace dos años que se fue.

 Estaba lleno de contradicciones de lo más idiota: era vergonzoso, orgulloso, enfadadizo, miedica, hortera, tramposo, regruñón, chulo, negociacionista, sumiso, con una memoria selectiva muy delirante, tergiversador y escurridizo en todo lo concerniente a su derecho del honor. Utilizaba su culpa y su vergüenza, como un arma porque lo que a él le gustaba, más que nada en el mundo, era responder a una amenaza con violencia.
 El hecho de que fuera un gigante tullido lo hacía divertido como ser de la naturaleza. Era como ver a un oso vestido de señor. La teoría que se había montado de sí mismo, de sus motivaciones, sus fuerzas y sus debilidades era tan falsa a su ser como su ropa de narcotraficante millonario lo era a su cuerpo monstruoso. Por eso cada vez que viajaba en sueños a encontrarse de tú a tú con yo qué se qué manada de monstruos pervertidos y furiosos volvía ileso, pero con la ropa hecha jirones, como un perro que se escapa de aventuras y vuelve lleno de roña y de pulgas, pero contento, y tú de verlo tan feliz.

Era divertido, y en conjunto ese enjambre de emociones se te acercaba y te sentías bien. Porque en verdad te dejaba sitio bajo su nubecita de tormenta que le seguía a todas partes.

Dejando aparte a Pola, sólo Charo sabía tratar con Aníbal. Charo y Aníbal se ocupaban de que así fuera. Hacían una pareja circense como no habrá otra. Él la respetaba a ella, que se permitía el lujo de hacerle crueldades como una niña con un animal grande. Y ella me respetaba a mí, por eso nunca boicoteó nuestro matrimonio, como lo había hecho unos años antes con su matrimonio anterior, todavía más raro que el nuestro, con nuestra torturada “pitufina”.

Me gustaba su tamaño, grosero, como salido de un cómic de los setenta donde una cosa de los pantanos viola a la prota.

 Pero era el del taller, el orfebre, el tranquilo y tullido orfebre. De ese es del que estaba enamorada.

 No había nadie más.

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